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bruchetol

17 juin 2009

un poco de inspiracion

Echar toda la carne al asador.

Por tanto, podemos darnos cuenta en qué consiste ponernos un sombrero determinado, que aunque imaginario permite que tengamos una actitud o rol diferente. El título es “Pensamiento Productivo: Seis Sombrero Para Pensar”, por tanto son seis roles o actitudes diferentes, que se presentan en tres dicotomías o contradicciones que mostramos a continuación: Datos y hechos puros. El color blanco denota neutralidad, y de eso se trata. Cuando nos ponemos imaginariamente este sombrero, debemos presentar información que puede ser numérica, cualitativa o hechos verificados o que nos han informado aunque no lo hayamos verificado. ¿Comprendería esto él mismo, el más listo de todos los que han practicado jamás el engaño de sí mismo? ¿Se lo confesaría, por último, en la sabiduría del valor con que enfrentó la muerte?... Sócrates quería morir: no fue Atenas, sino él mismo quien se condenó a beber la cicuta; obligó a Atenas a condenarlo a bebérsela... “Sócrates no es un médico-murmuró para sus adentros-; únicamente la muerte es un médico... Sócrates mismo sólo ha estado enfermo durante largo tiempo...” ¿Me preguntan ustedes cuáles son los distintos rasgos que caracterizan a los filósofos...? Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la misma noción del devenir, su mentalidad egipcíaca. Creen honrar una cosa si la desprenden de sus conexiones históricas, sub specie aeterni; si la dejan hecha una momia. Todo cuanto los filósofos han venido manipulando desde hace milenios eran momias conceptuales; ninguna realidad salía viva de sus manos. Matan y disecan esos idólatras de los conceptos cuanto adoran; constituyen un peligro mortal para todo lo adorado. La muerte, la mudanza y la vejez, no menos que la reproducción y el crecimiento, son para ellos objeciones y aun refutaciones. Lo que es, no deviene; lo que deviene, no es... Pues bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en el Ser. Mas como no lo aprehenden, buscan razones que expliquen por qué les es escamoteado. “El que no percibamos el Ser debe obedecer a una ficción, a un engaño; ¿dónde está el engañador?” “¡Ya hemos dado con él!', exclaman contentos. “¡Es la sensualidad! Los sentidos, que también, por lo demás, son tan inmorales, nos engañan sobre el mundo verdadero. Moraleja: hay que emanciparse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia, de la mentira; la historia no es más que fe en los sentidos, en la mentira. Moraleja: hay que decir no a todo cuanto da crédito a los sentidos, a toda la restante humanidad; todo esto es “vulgo”. ¡Hay que ser filósofo, momia; representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! ¡Y repudiar, sobre todo, el cuerpo, esa deplorable idea fija de los sentidos! ¡Plagado de todas las faltas de la lógica, refutado; más aún: imposible, aunque tenga la osadía de pretender ser una cosa real! ...” Exceptúo con profunda veneración el nombre de Heráclito. En tanto que los demás filósofos rechazaban el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban multiplicidad y mudanza, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas dotadas de los atributos de la duración y la unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Éstos no mienten, ni como creyeron los eleáticos ni como creyó él; no mienten, sencillamente. Lo que hacemos de su testimonio es obra de la mentira, por ejemplo la de la unidad, la de la objetividad, la de la sustancia, la de la duración... La “razón” es la causa de que falseemos el testimonio de los sentidos. Éstos, en tanto que muestran el nacer y perecer, la mudanza, no mienten... Mas Heráclito siempre tendrá razón con su aserto de que el Ser es una vana ficción. El mundo “aparencial” es el único que existe; el “mundo verdadero”, es pura invención... Nada es bello, sólo el hombre es bello: en esta ingenuidad descansa toda estética; ella es la verdad primordial de la estética. Agreguemos a renglón seguido otra segunda: nada hay tan feo como el hombre degenerado; queda así delimitado el reino del juicio' estético. Desde el punto de vista fisiológico, todo lo feo debilita y apesadumbra al hombre. Le sugiere quebranto, peligro e impotencia; le ocasiona efectivamente una pérdida de fuerza. Cabe medir el efecto de lo feo con el dinamómetro. Cuando quiera que el hombre experimente un abatimiento, sospecha la proximidad de algo “feo”. Su sentimiento de poder, su voluntad de poder, su valentía, su orgullo, se merman por obra de lo feo y aumenta por obra de lo bello... En uno y otro caso sacamos una conclusión: las premisas correspondientes están acumuladas en inmensa cantidad en el instinto. Lo feo es entendido como señal y síntoma de la degeneración; todo lo que siquiera remotamente sugiere degeneración determina en nosotros el juicio “feo”. Todo indicio de agotamiento, de pesadez, de vejez y cansancio; toda clase de coerción, bajo forma de espasmo o paralización; en particular, olor, color-y forma de la desintegración, de la podredumbre, aunque sea en su dilución última en símbolo; todo esto provoca idéntica reacción, el juicio de valor “feo”. Manifiéstase aquí un odio, ¿y qué es lo que odia el hombre? No cabe duda que la decadencia de su tipo. Odia en este caso llevado por el instinto más profundo de la especie. En este odio hay estremecimiento de horror, cautela, profundidad y visión; es el odio más profundo que puede darse. Por él es el arte profundo... Schopenhauer. Schopenhauer, el último alemán que cuenta (por ser un acontecimiento europeo, como Goethe, como Hegel, como Heinrich Heine, y no tan sólo un acontecimiento local, “nacional”), es para el sicólogo un caso de primer orden, en cuanto tentativa maligna, pero genial de movilizar, con miras a una desvalorización total nihilista de la vida, precisamente las contrainstancias, las grandes autoafirmaciones de la “voluntad de vida”, las formas exuberantes de ella. En efecto, interpretó, uno por uno, el arte, el heroísmo, el genio, la belleza, el gran sentimiento de simpatía, el conocimiento, la voluntad de verdad y la tragedia como consecuencias de la “negación” o la necesidad de negación, de la “voluntad”: la más grande sofisticación sicológica que conoce la historia, abstracción hecha del cristianismo. Bien mirado, con esto Schopenhauer no es sino el heredero de la interpretación cristiana; sólo que supo aprobar hasta lo que el cristianismo repudia, los grandes hechos culturales de la humanidad, en un sentido cristiano, esto es, nihilista (o sea, como caminos de “redención”, como formas preliminares de la “redención”, como estimulantes del anhelo de “redención” ... ). Consideraré un caso particular. Habla Schopenhauer de la belleza con un ardor melancólico. ¿Por qué, en definitiva? Porque la tiene por un puente sobre el cual se va más lejos o se experimenta el anhelo de ir más allá... Se le aparece como algo que por un momento redime de la “voluntad”; como algo que incita a redimirse de una vez por todas... La ensalza en particular como lo que redime del “foco de la voluntad”, de la sexualidad; considera que ella implica la negación del instinto sexual... ¡Qué santo más raro! Alguien le contradice; temo que sea la Naturaleza. ¿Por qué hay belleza en sonido, color, fragancia y movimiento rítmico en la Naturaleza? ¿Qué es lo que fuerza la manifestación de lo bello? Afortunadamente, le contradice también un filósofo. Nada menos que el divino Platón (y así le llama el propio Schopenhauer) sostiene una tesis diferente: que toda la belleza excita el instinto sexual; que en esto reside precisamente su efecto específico, desde la máxima sensualidad hasta la máxima espiritualidad... Yo he sido el primero en tomar en serio, para la comprensión del instinto heleno de los primeros tiempos, aún rico y hasta pletórico, ese fenómeno maravilloso que lleva el nombre de Dionisos; fenómeno que sólo puede ser explicado por un excedente de fuerza. Quien ahonda en el estudio de los griegos, como ese conocedor más profundo de su cultura, Jakob Burckhardt, de Basilea, se percata al momento de la significación de mi actitud. Insertó Burckhardt en su Cultura de los griegos un capítulo dedicado expresamente a dicho fenómeno. Para conocer la antítesis del mismo no hay más que considerar la pobreza casi hilarante de los instintos de qué dan prueba los filólogos alemanes en cuanto se asoman a lo dionisíaco. Sobre todo el famoso Lobeck, que con el digno aplomo de un gusano secado entre libracos se introdujo en este mundo de estados misteriosos tratando de creer que así era científico, cuando en realidad era superficial y pueril en un grado que da asco. Lobeck ha dado a entender, en un máximo despliegue de erudición, que todas estas curiosidades en el fondo no significaban gran cosa. De hecho, los sacerdotes comunicarían a los participantes de tales orgías algunos datos nada fútiles; por ejemplo, que el vino excitaba la voluptuosidad; que el hombre se alimentaba eventualmente de frutos; que las plantas florecían en la primavera y se marchitaban en otoño. En cuanto a la desconcertante riqueza en ritos, símbolos y mitos de origen orgiástico que literalmente cubre el mundo antiguo, es para Lobeck motivo para aumentar un poquito su ingenio. “Los griegos-escribe en Aglaofames I, 672-cuando no tenían otra cosa que hacer reían, correteaban y se lanzaban por ahí, o bien, ya que el hombre a veces también siente estas ganas, se sentaban y prorrumpían en llanto y lamento. Luego otros se les acercaban y buscaban algún motivo que explicara tan rara conducta; así se desarrollaron como explicación de esas costumbres innumerables leyendas y mitos. Por otra parte, se creía que ese comportamiento gracioso que se registraba en los días de fiesta era un rasgo esencial de las fiestas, y así lo preservaban como parte imprescindible del culto.” Esto es un solemne disparate; no se tomará en serio a Lobeck ni por un instante. Con muy otra disposición examinamos el concepto “griego” que se han formado Winckelmann y Goethe, y lo encontramos incompatible con ese elemento del que surge el arte dionisíaco : con el orgiástico. En efecto, no dudo de que Goethe hubiera negado de plano que algo semejante cupiese dentro de las posibilidades del alma griega. Quiere decir que Goethe no comprendió a los griegos. Pues sólo en los misterios dionisíacos, en la sicología del estado dionisíaco, se expresa el hecho fundamental del instinto heleno: su “voluntad de vida”. ¿Qué se garantizaba el heleno con estos misterios? La vida eterna, el eterno retorno a la vida; el futuro prometido y consagrado en el pasado; el triunfante sí a la vida más allá de la muerte y mutación; la vida verdadera como pervivencia total, por la procreación, por los misterios de la sexualidad. De ahí que para los griegos el símbolo sexual fuera el símbolo venerable en sí, la profundidad propiamente dicha en toda la piedad antigua. Todo pormenor relativo al acto de la procreación, al embarazo y al parto suscitaba los sentimientos más elevados y solemnes. En la doctrina de los misterios está santificado el dolor: los “dolores de la parturienta” santifican el dolor en sí; todo nacer y crecer, todo lo que garantiza el futuro, determina el dolor... Para que haya eterno goce de la creación, para que la voluntad de vida eternamente se afirme a sí misma, debe haber también eternamente por fuerza la “agonía de la parturienta”... Todo esto encierra la significación de la palabra “Dionisos”; yo no conozco simbolismo más elevado que este simbolismo griego, el de las dionisas. En él, el instinto más profundo de la vida, el del futuro de la vida, de la eternidad de la vida, está sentido religiosamente, y el camino mismo a la vida, la procreación, como el camino santo... Sólo el cristianismo, con su resentimiento fundamental dirigido contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha enlodado el principio, la premisa de nuestra vida... La sicología de lo orgiástico, como de un sentimiento pletórico de vitalidad y fuerza dentro del cual aun el dolor obra como estimulante, me ha ofrecido la clave del concepto del sentimiento trágico, que tanto Aristóteles como, en particular, nuestros pesimistas, han entendido mal. La tragedia, lejos de corroborar el pesimismo de los helenos en el sentido de Schopenhauer, ha de ser considerada como rotunda refutación y antítesis del mismo. El decir sí a la vida, aun en sus problemas más extraños y penosos, la voluntad de vida gozando con la propia inagotabilidad en el sacrificio de sus tipos más elevados: a esto es a lo que he llamado dionisíaco, lo que he adivinado como clave de la sicología del poeta trágico. No para librarse de terror y de la compasión, no para purgarse de un peligroso afecto por la descarga violenta del mismo, como creyó Aristóteles, sino para ser personalmente, más allá de terror y compasión, el goce eterno del devenir, ese goce que comprende aun el goce del destruir... Y así llego de vuelta al punto del que en un tiempo partí: El origen de la tragedia que fue mi primera transmutación de todos los valores. Así me reintegro al suelo del que brota mi querer y mi poder -yo, el último discípulo del filósofo Dionisos-, yo, el pregonero del eterno retorno...

Escurrir el bulto.

Tomemos como ejemplo la minería. En ella no se emplea para nada materia prima, puesto que el objeto de trabajo, el cobre por ejemplo, es un producto natural que se apropia precisamente mediante el trabajo. El cobre que se trata de apropiar, el producto del proceso de trabajo, que más tarde circula como mercancía o como capital–­mercancías, no constituye un elemento del capital productivo. No se invierte en él ninguna parte del valor de éste. Por su parte, los demás elementos del proceso de producción, la fuerza de trabajo y las materias auxiliares, lo mismo que el carbón, el agua, etc., no entran tampoco a formar parte material del producto. El carbón se consume totalmente y sólo se incorpora al producto su valor, del mismo modo que pasa a formar parte de él una parte del valor de la máquina, etc. Finalmente, el obrero se mantiene con la misma independencia frente al producto, al cobre, que la máquina. Lo único que forma parte integrante del valor del cobre es el valor que el obrero produce con su trabajo. Por tanto, en este ejemplo ni un solo elemento del capital productivo cambia de mano (de master); ninguno de ellos sigue circulando, pues ninguno de ellos entra a formar materialmente parte del producto. ¿Dónde queda, pues, aquí el capital circulante? Según la propia definición de A. Smith, todo el capital empleado en una mina de cobre sería capital fijo. Masajes Madrid Sin embargo, es indudable que, desde el punto de vista de la producción capitalista, existe la apariencia de un problema especial. Aquí, es el capitalista, en efecto, el que aparece como punto de partida, como el que lanza el dinero a la circulación. El dinero que los obreros invierten en comprar y pagar sus medios de subsistencia existe previamente bajo la forma de dinero del capital variable y, por tanto, es puesto primitivamente en circulación por el capitalista, como medio de compra o de pago de la fuerza de trabajo. Además. el capitalista lanza a la circulación el dinero que primitivamente asume en sus manos la forma–dinero de su capital constante, circulante y fijo, que invierte como medio de compra y de pago de medios de trabajo y materiales de producción. Fuera de esto, el capitalista ya no actúa como punto de partida de la masa de dinero circulante. A partir de ahora, sólo existen dos puntos de partida: el capitalista y el obrero. Todas las demás categorías de personas tienen que obtener el dinero para los servicios que presten de estas dos clases o son, en la medida en que lo perciban sin contraprestación alguna, coposeedores de plusvalía en forma de renta, de interés etc. Pero el hecho de que la plusvalía no se quede íntegramente en el bolsillo del capitalista industrial, sino que deba repartirla con otras personas, nada tiene que ver con el problema de que estamos tratando. Lo que interesa es saber cómo convierte en dinero su plusvalía y no cómo se distribuye luego el dinero así obtenido. Por consiguiente, para nuestro caso es como sí el capitalista fuese poseedor único y exclusivo de la plusvalía. En cuanto al obrero, ya hemos dicho que es simplemente un punto de partida secundario, pues el punto primario de partida del dinero que aquél lanza a la circulación es el capitalista. El dinero desembolsado primeramente como capital variable se halla ya describiendo su segunda rotación cuando el obrero lo emplea en comprar y pagar sus medios de subsistencia. Escorts Madrid Puesto que partimos del supuesto de que las mercancías se compran y se venden por su valor, estas operaciones no hacen más que transferir el mismo valor de una forma a otra, de la forma mercancía a la forma dinero y viceversa; es decir, sólo operan un simple cambio de forma. Cuando las mercancías se venden por lo que valen, la magnitud de valor permanece invariable, tanto en manos del comprador como en las del vendedor; lo único que cambia es la forma bajo la cual existe. Cuando, por el contrario, las mercancías no se venden por su valor, permanece invariable la suma de los valores transferidos, pues se compensa la diferencia de más en uno de los lados con la diferencia de menos en el otro. http://www.girlsbcn.com.es Por tanto, durante el ciclo anual de rotación aparecerá siempre en forma de capital disponible una parte muy considerable del capital circulante de la sociedad recuperado varias veces en el transcurso del año. www.girlsbarcelona.com M'–D', la segunda fase de la circulación y la fase final del ciclo I (D... D'), es, en nuestro ciclo, la segunda fase del mismo y la primera de la circulación de mercancías. En lo que a la circulación se refiere, tiene que ser, pues, completada por la fórmula D'–M'. Pero la operación M'–D' no sólo ha remontado ya el proceso de valorización (que es aquí la función de P, la primera fase), sino que, además, su resultado, el producto en mercancías M', se halla ya realizado. Por consiguiente, el proceso de valorización del capital, así como la realización del producto en mercancías en que se traduce el valor del capital valorizado, queda terminado con la operación M'–D'. Clubs de alterne en Madrid Lo que distingue la tercera forma de las dos primeras es que el capital valorizado, no el primitivo, el capital que se trata de valo­rizar, sólo aparece como punto de partida de su valorización en este ciclo. M', como relación de capital, constituye aquí el punto de partida y, como tal, ejerce una acción determinante sobre todo el ciclo, pues incluye, ya en su primera fase, tanto el ciclo del capital como el de la plusvalía, y la plusvalía, si no en todo ciclo por sepa­rado, por lo menos en el promedio de ellos, tiene que gastarse par­cialmente como renta, recorriendo el proceso de circulación m–d–m, y en parte funcionar como elemento de la acumulación del capital. Scorts en valencia La conversión del capital–dinero en capital productivo es compra de mercancías para la producción de mercancías. El consumo sólo entra dentro de la órbita del propio capital mientras se trata de este consumo productivo; su condición es que, por medio de las mercancías consumidas de este modo, se cree plusvalía. Y esto es algo muy distinto de la producción, e incluso de la producción de mercancías, cuya finalidad es asegurar la existencia de los productos; un cambio de una mercancía por otra, condicionado así por la producción de plusvalía, es algo completamente distinto de lo que es de por si el cambio de productos –el que no interviene más mediador que el dinero–. Pero así es como enfocan la cosa los economistas, para probar que no cabe superproducción. Barcelona Alterne Este último pasaje le viene a nuestro Rodbertus como anillo al dedo. También él se aferra a las categorías económicas anteriores. Y bautiza a la plusvalía con el nombre de una de sus modalidades transformadas, a la que, además, da una gran vaguedad: la renta. El resultado de estas dos pifias es que reincida en la vieja jerga económica, que no lleve adelante de un modo crítico su progreso respecto a Ricardo y que, en vez de eso, se deje inducir a hacer de su conato de teoría, antes de que ésta se haya desprendido del cascarón, la base de una utopía, que, como siempre, llega tarde. El folleto de referencia se publicó en 1821 y se adelanta ya plenamente a la "renta" rodbertiana de 1842. Relax en Girona En segundo lugar, por lo que se refiere a la masa de dinero que existe independientemente de esta reposición anual de 500 libras esterlinas, en parte en forma de tesoro y en parte bajo la forma de dinero circulante, la situación es y tiene que ser necesariamente la misma: originariamente, tuvo que comportarse por fuerza como estas 500 libras esterlinas se comportan anualmente. Al final del presente apartado, volveremos sobre este punto. Antes, queremos hacer algunas otras observaciones. barcelona modelos El sacerdote ascético ha corrompido la salud anímica en to­dos los sitios en que ha llegado a dominar, y, en consecuen­cia, ha corrompido también el gusto in artibus et litteris [en las artes y en las letras] –– todavía continúa corrompiéndolo. «¿En consecuencia?» Espero que este «en consecuencia» se me conceda sencillamente; al menos no quiero ofrecer aquí su demostración. Un solo dato: se refiere al libro funda­mental de la literatura cristiana, a su auténtico modelo, a su «libro en sí». Todavía en medio del esplendor greco––roma­no, que era también un esplendor de libros, a la vista de un mundo literario no marchitado ni arruinado aún, en una época en que todavía era posible leer algunos libros por cuya posesión daríamos hoy a cambio la mitad de literatu­ras enteras, la simpleza y la vanidad de agitadores cristianos ––se les llama padres de la Iglesia–– se atrevió ya a decretar: «También nosotros tenemos nuestra literatura clásica, no necesitamos la de los griegos», –– y al decirlo se apuntaba con orgullo a libros de leyendas, cartas de apóstoles y tratadillos apologéticos, aproximadamente de la misma manera como hoy el «Ejército de Salvación» inglés lucha, con una literatu­ra similar, contra Shakespeare y otros «paganos». A mí no me gusta el Nuevo Testamento, ya se adivina; casi me desa­sosiega el encontrarme tan solo con mi gusto respecto a esa obra literaria estimadísima, sobreestimadísima (el gusto de dos milenios está contra mí): ¡pero qué remedio queda! «Aquí estoy yo, no puedo hacer otra cosa» 113, –– tengo el co­raje de mi mal gusto. El Antiguo Testamento ––sí, éste es algo completamente distinto: ¡todo mi respeto por el Anti­guo Testamento! En él encuentro grandes hombres, un pai­saje heroico y algo rarísimo en la tierra, la incomparable in­genuidad del corazón fuerte; más aún, encuentro un pueblo. En cambio, en el Nuevo, nada más que pequeños asuntos de sectas, nada más que rococó del alma, nada más que cosas adornadas con arabescos, angulosas, extrañas, mero aire de conventículo, sin olvidar un ocasional soplo de bucólica dulzura, que pertenece a la época (y a la provincia romana) y que no es tanto judío como helenístico. La humildad y la ampulosidad, estrechamente juntas; una locuacidad del sentimiento que casi ensordece; apasionamiento, pero no pasión; penosa mímica; aquí ha faltado evidentemente toda buena educación. ¡Cómo se puede dar, a los pequeños de­fectos propios, la importancia que les dan esos piadosos hombrecillos! Nadie se ocupa de aquéllos; y mucho menos Dios. Para terminar, todas estas pequeñas gentes de la pro­vincia quieren tener incluso «la corona de la vida eterna»114: ¿para qué?, ¿por qué?, no es posible llevar más lejos la inmodestia. Un Pedro «inmortal», ¡quién lo soportaría! Poseen una ambición que hace reír: esas gentes nos dan mascados sus asuntos más personales, sus necedades, tristezas y preo­cupaciones de ociosos, como si el en-sí-de-las-cosas estu­viera obligado a preocuparse de ello, esas gentes no se can­san de mezclar a Dios incluso en los más pequeños pesares en que ellos están metidos. ¡Y ese permanente tutearse con Dios, de pésimo gusto! ¡Esa judía, y no sólo judía, familiari­dad de hocico y de pata con Dios!... Hay en el este de Asia pequeños y despreciados «pueblos paganos» de los que es­tos primeros cristianos podrían haber aprendido algo esen­cial, un poco de tacto del respeto; según atestiguan misione­ros cristianos, aquellos pueblos no se permiten siquiera pronunciar el nombre de su Dios. Esto me parece una cosa bastante delicada; en verdad resulta demasiado delicada no sólo para «primeros» cristianos: para percibir el contraste, recuérdese, por ejemplo, a Lutero, «el más elocuente» e in­modesto campesino que Alemania ha dado, y el tono lute­rano, que era el que más le gustaba emplear precisamente en sus diálogos con Dios. La oposición de Lutero a los santos intermediarios de la Iglesia (en especial, al «papa, esa puer­ca del diablo») era en su último fondo, no hay duda de ello, la oposición propia de un palurdo al que le fastidiaba la buena etiqueta de la Iglesia, aquella etiqueta de respeto del gusto hierático, que sólo a gentes más iniciadas y silenciosas permite entrar en el santo de los santos, y en cambio cierra el acceso a los palurdos. De una vez por todas, precisamente aquí no deben éstos hablar, –– pero Lutero, el campesino, quería las cosas de un modo completamente distinto, aque­llo no le parecía bastante alemán: quería, ante todo, hablar directamente, hablar él, hablar «sin ceremonias» con su Dios... Y, desde luego, lo hizo. –– El ideal ascético, ya se lo adi­vina, no fue nunca y en ningún lugar una escuela del buen gusto, menos aún de los buenos modales, –– fue, en el mejor caso, una escuela de los modales hieráticos –– : esto hace que encierre en sí algo mortalmente hostil a todos los buenos modales, –– falta de moderación, aversión por la modera­ción, es incluso un non plus ultra. artículos porno El dogma según el cual el precio de todas las mercancías (y también, por tanto, del total de las mercancías producto anual de la sociedad) se descompone en el salario, más la ganancia, más la renta del suelo adopta, incluso en la parte esotérica que cruza de un extremo a otro la obra de A. Smith, la forma de que el valor, de toda mercancía y también, por tanto, del total de las mercancías producto anual de la sociedad, = v + p, = valor capital invertido en fuerza de trabajo y constantemente reproducido por el obrero más la plusvalía que los obreros le añaden con su trabajo. francés completo El análisis del proceso de trabajo y de valorización (libro I, cap. V [pp. 139–159]) ha demostrado que estas distintas partes integrantes se comportan de un modo completamente distinto como creadoras de producto y como creadoras de valor. El de la parte del capital constante formado por las materias auxiliares y las materias primas –al igual que el valor de su parte consistente en medios de trabajo– reaparece en el valor del producto como un valor simplemente transferido, mientras que la fuerza de trabajo añade al producto por medio del proceso de trabajo un equivalente de su valor o reproduce realmente su valor. Además, una parte de las materias auxiliares, del combustible empleado en la calefacción, del gas de alumbrado, etc., es consumido en el proceso de trabajo sin que entre materialmente en el producto, mientras que otra parte de ellas se incorpora físicamente al producto y forma la materia de su sustancia. Sin embargo, todas estas diferencias no afectan para nada a la circulación ni, por tanto, al modo de rotación. Las materias auxiliares y las materias primas, cuando son consumidas íntegramente para crear el producto, transfieren a éste todo su valor. Este circula, por tanto, íntegramente a través del producto, se convierte en dinero y refluye de éste a los elementos de producción de la mercancía. Su rotación no se interrumpe, como la del capital fijo, sino que recorre constantemente todo el ciclo de sus formas, con lo cual estos elementos del capital productivo se renuevan constantemente en especie. masajes relax en barcelona

O jugamos todos o rompemos la baraja.

Como forma constantemente implícita en todos los ciclos, el capital–dinero recorre este ciclo precisamente respecto a la parte del capital que engendra la plusvalía, respecto al capital variable. La forma normal de adelantar los salarios es el pago en dinero; y este pago tiene que renovarse constantemente a corto plazo, porque el obrero vive al día. Por eso el capitalista tiene que enfrentarse constantemente con el obrero como capitalista de dinero y su capital como capital–dinero. Aquí no cabe, como en la compra de los medios de producción y en la venta de las mercancías productivas, una compensación directa o indirecta (en la que la gran masa del capital–dinero sólo figura, de hecho, bajo forma de mercancías y el dinero bajo forma de dinero aritmético, desembolsándose en metálico solamente la cantidad necesaria para compensar los saldos). Por otro lado, una parte de la plusvalía procedente del capital variable es desembolsada por el capitalista para su consumo privado en el comercio al por menor, en cuyos recovecos se desembolsa siempre en metálico, bajo la forma–dinero de la plusvalía. La cuantía, grande o pequeña, de esta parte de la plusvalía no hace cambiar para nada la cosa. El capital variable reaparece constantemente como capital–dinero invertido en salarios (D–T) y como plusvalía que se desembolsa para atender a las necesidades privadas del capitalista. Por consiguiente, tanto D, en cuanto valor del capital variable desembolsado como d, en cuanto su incremento, se ven necesariamente retenidos ambos en forma de dinero para ser invertidos bajo la misma forma. deliciasbcn.com 3. Tercera fase: M'–D' escort catalana "Se tiene poco en cuenta, y la mayoría de la gente ni siquiera lo sospecha, cuán extraordinariamente pequeña, lo mismo en cuanto a la masa que en cuanto a la fuerza de acción, es la proporción existente entre las acumulaciones efectivas de la sociedad y las fuerzas humanas productivas, e incluso entre aquéllas y el consumo ordinario de una sola generación de hombres en el espacio de pocos años. La razón de esto salta a la vista, pero el efecto es bastante perjudicial. La riqueza que se consume anualmente desaparece al usarse; sólo permanece de manifiesto durante un instante y produce impresión solamente mientras se la disfruta o se la consume. En cambio, la parte de la riqueza que se va consumiendo lentamente, los muebles, las máquinas, los edificios, permanecen ante nuestra vista desde la infancia hasta la vejez, como monumentos perdurables del esfuerzo humano. La posesión de esta parte fija, permanente de la riqueza pública, que se va consumiendo poco a poco –de la tierra y de las materias primas contenidas en ella, de las herramientas con que se trabaja, de los edificios que albergan al hombre durante su trabajo–, permite a los propietarios de estos objetos dominar en provecho propio las fuerzas anuales de producción de todos los obreros verdaderamente productivos de la sociedad, por insignificantes que aquellos objetos puedan ser, comparados con los productos constantemente reiterados de este trabajo. La población de la Gran Bretaña e Irlanda es de 20 millones; el consumo medio de cada individuo, hombres, mujeres y niños, oscila probablemente alrededor de 20 libras esterlinas, lo que hace en conjunto una riqueza de unos 400 millones de libras esterlinas, que es el producto del trabajo consumido anualmente. El importe total del capital acumulado de estos países no excede, según el censo, de 1,200 millones, o sea, el triple del producto anual del trabajo. Si se dividiese por partes iguales, los habitantes tocarían a 120 libras esterlinas por cabeza. Aquí, nos interesa más la proporción que los resultados absolutos más o menos exactos de este cálculo. Los intereses de este capital en su conjunto bastarían para mantener a la población total, en su nivel actual de vida, durante dos meses del año aproximadamente y el capital global acumulado (si se encontrasen compradores para él) la sustentaría sin trabajar durante tres años enteros. Al final de los cuales, encontrándose sin casas, sin vestido y sin alimento, los habitantes de estos países tendrían que echarse a morir de hambre o convertirse en esclavos de quienes los estuvieran sustentando durante todo este tiempo. La proporción que existe entre tres años y el tiempo normal de la vida de una generación sana, digamos 40 años, es la que guardan la magnitud y la importancia de la riqueza real, el capital acumulado aun del país más rico, con su fuerza productiva, con las fuerzas productivas de una sola generación de hombres; no con lo que podrían producir bajo normas racionales de seguridad igual y sobre todo en un régimen de trabajo cooperativo, sino con lo que realmente y en términos absolutos producen bajo las normas evasivas, defectuosas y decepcionantes, de la inseguridad ... Y para conservar y perpetuar en su estado actual esta masa aparentemente gigantesca del capital existente o mejor dicho, el mando y el monopolio que permite ejercer sobre los productos del trabajo anual, se pretende eternizar toda esa maquinaria espantosa, el vicio, el crimen y los sufrimientos de la inseguridad. Nada puede acumularse sin satisfacer ante todo las verdaderas necesidades y el gran torrente de las inclinaciones humanas fluye hacia el goce; de aquí el volumen relativamente insignificante de la riqueza real de la sociedad en cada momento dado. Es un ciclo eterno de producción y consumo. En esta masa inmensa de producción y consumo anuales puede desaparecer, sin apenas notarse, la acumulación real; y sin embargo, la atención. recae, no sobre aquella masa de fuerza productiva, sino sobre esta mínima acumulación. Pero ella se halla acaparada por unos cuantos y se ha convertido en el instrumento de apropiación de los productos anuales constantemente reiterados del trabajo de la gran masa. De aquí la importancia decisiva que el tal instrumento tiene para estos pocos... Una tercera parte aproximadamente del producto anual de la nación te es arrebatada hoy a los productores, bajo el nombre de cargas públicas, para ser consumido improductivamente por quienes no entregan a cambio de ello equivalente alguno, es decir, ningún equivalente que tenga carácter de tal para los productores ... La vista de la multitud se fija, asombrada, en las masas acumuladas, sobre todo cuando aparecen concentradas en manos de unos cuantos. Pero las masas producidas anualmente ruedan y pasan como las olas eternas e innumerables de una corriente poderosa y se pierden en el océano olvidado del consumo. Y. sin embargo, este consumo eterno condiciona, no sólo todo los goces, sino la misma existencia de todo el género humano. Sobre la cantidad y la distribución de este producto anual debieran recaer sobre todo nuestras reflexiones. La verdadera acumulación tiene una importancia absolutamente secundaria, que además se debe casi exclusivamente a la influencia que ejerce en la distribución del producto anual...Aquí (en la obra de Thompson), "la verdadera acumulación y distribución se consideran siempre con referencia a la fuerza productiva y en función de ella. Los demás sistemas proceden casi todos a la inversa: consideran la fuerza productiva con referencia a la acumulación y en función de ella y con vistas a la perpetuación del sistema de distribución existente. Comparados con la conservación de este sistema de distribución imperante, no se reputan dignos ni siquiera de una mirada la miseria o el bienestar continuamente reiterados de todo el género humano. Se da el nombre de seguridad a la perpetuación de lo que es obra de la violencia, del fraude y del azar, y para conservar esta mentida seguridad se sacrifican implacablemente todas las fuerzas productivas del género humano” (obra cit., pp. 440–443). dama de compañía Veamos, ante todo, qué es lo que tienen de común entre sí ambas formas. www.girlsbcn.org Sí el oro se enfrenta con las demás mercancías en función de dinero es, sencillamente, porque ya antes se enfrentaba con ellas en función de mercancía. Al igual que todas las demás mercancías, el oro funcionaba respecto a éstas como equivalente: unas veces como equivalente aislado, en actos sueltos de cambio, otras veces como equivalente concreto, a la par de otras mercancías también equiva­lentes. Poco a poco, el oro va adquiriendo, en proporciones más o menos extensas, la función de equivalente general. Tan pronto como conquista el monopolio de estas funciones en la expresión de valor del mundo de las mercancías, el oro se convierte en la mercan­cía dinero, y es entonces, a partir del momento en que se ha convertido ya en mercancía dinero, cuando la forma IV se distingue de la forma III, o lo que es lo mismo, cuando la forma general del valor se convierte en la forma dinero. girls madrid No hay para qué pararse a examinar todos los pasajes del texto en que se han introducido modificaciones, puramente estilísticas las más de ellas. Estas modificaciones se extienden a lo largo de toda la obra. Al revisar la traducción francesa, pronta a publicarse en París, me he encontrado con que bastantes partes del original alemán hubieran debido ser, unas redactadas de nuevo, y otras sometidas a una corrección de estilo más a fondo o a una depuración más detenida de ciertos descuidos deslizados al pasar. Pero me faltó el tiempo para ello, pues la noticia de que se había agotado la obra no llegó a mi conocimiento hasta el otoño de 1871, hallándome yo solicitado por otros trabajos urgentes, y la segunda edición hubo de comenzar a imprimirse ya en enero de 1872. www.girlsmarbella.com Las mercancías vienen al mundo bajo la forma de valores de uso u objetos materiales: hierro, tela, trigo, etc. Es su forma prosaica y natural. Sin embargo, si son mercancías es por encerrar una doble significación: la de objetos útiles y, a la par, la de materializaciones de valor. Por tanto, sólo se presentan como mercancías, sólo revisten el carácter de mercancías, cuando poseen esta doble forma: su forma natural y la forma del valor.

La ley de la producción capitalista sobre la que descansa esa pretendida "ley natural de la población" se reduce sencillamente a esto: la relación entre el capital, la acumulación y la cuota de salarios no es más que la relación entre el trabajo no retribuido, convertido en capital, y el trabajo remanente indispensable para los manejos del capital adicional. No es, por tanto, ni mucho menos, la relación entre dos magnitudes independientes la una de la otra: de una parte, la magnitud del capital y de otra la cifra de la población obrera; es más bien, en última instancia, pura y simplemente, la relación entre el trabajo no retribuido y el trabajo pagado de la misma población obrera. Si la masa del trabajo no retribuido, suministrado por la clase obrera y acumulado por la clase capitalista, crece tan de prisa que sólo puede convertirse en capital mediante una remuneración extraordinaria del trabajo pagado, los salarios suben y, siempre y cuando que los demás factores no varíen, el trabajo no retribuido disminuye en la misma proporción. Pero, tan pronto como este descenso llega al punto en que la oferta del trabajo excedente de que el capital se nutre queda por debajo del nivel normal, se produce la reacción: se capitaliza una parte menor de la renta, la acumulación se amortigua y el movimiento de alza de los salarios retrocede. Como vemos, el alza del precio del trabajo se mueve siempre dentro de límites que no sólo dejan intangibles las bases del sistema capitalista, sino que además garantizan su reproducción en una escala cada vez más alta. La ley de la acumulación capitalista, que se pretende mistificar convirtiéndola en una ley natural, no expresa, por tanto, más que una cosa: que su naturaleza excluye toda reducción del grado de explotación del trabajo o toda alza del precio de éste que pueda hacer peligrar seriamente la reproducción constante del régimen capitalista y la reproducción del capital sobre una escala cada vez más alta. Y forzosamente tiene que ser así, en un régimen de producción en que el obrero existe para las necesidades de explotación de los valores ya creados, en vez de existir la riqueza material para las necesidades del desarrollo del obrero. Así corno en las religiones vemos al hombre esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista le vemos esclavizado por los productos de su propio brazo.9 masajes valencia ¡Acumulad, acumulad! ¡La acumulación es la gran panacea! “La industria suministra los materiales, que luego el ahorro se encarga de acumular”20 Por tanto, ¡ahorrad, ahorrad; es decir, esforzaos Por convertir nuevamente la mayor parte posible de plusvalía o producto excedente en capital! Acumular por acumular, producir por producir: en esta fórmula recoge y proclama la economía clásica la misión histórica del período burgués. La economía jamás ignoró los dolores del parto que cuesta la riqueza21 pero ¿de qué sirve quejarse contra lo que la necesidad histórica ordena? Para la economía clásica, el proletariado no es más que una máquina de producir plusvalía; en justa reciprocidad, no ve tampoco en el capitalista más que una máquina para transformar esta plusvalía en capital excedente. Estos economistas toman su función histórica trágicamente en serio. Para cerrar su pecho a ese conflicto desesperado entre el afán de goces. Y la ambición de riquezas, Malthus predicaba, a comienzos de la tercera década del siglo actual, una división del trabajo que asignase a los capitalistas que intervenían realmente en la producción el negocio de la acumulación, dejando a los demás copartícipes de la plusvalía, a la aristocracia de la tierra, a los dignatarios del estado y de la iglesia, etc., el cuidado de derrochar. Es de la mayor importancia –dice este autor– “mantener separadas la pasión de gastar y la pasión de acumular” (“the passion for expenditure and the passion for accumulation”).22 Los señores capitalistas, convertidos ya desde hacia largo tiempo en buenos vividores y hombres de mundo, pusieron el grito en el cielo. ¡Cómo!, exclama uno de sus portavoces, un ricardiano, ¿el señor Malthus predica rentas territoriales altas, impuestos elevados, etc., para que el industrial se sienta espoleado constantemente por el acicate del consumidor improductivo? Es cierto que la consigna es producir, producir en una escala cada vez más alta, pero “un proceso semejante más bien embaraza que estimula la producción. Además, no es del todo justo (“not is it quite fair”) mantener así en la ociosidad a un número de personas, sólo para alimentar en la indolencia a gentes de cuyo carácter se puede inferir (“who are likely, from. their character”) que, sí se las pudiese obligar a ser activas, se comportarían magníficamente”.23 Este autor, que protesta, por creerlo injusto, contra el hecho de que se espolee al capitalista industrial a la acumulación, escamoteándole la grasa de la sopa, encuentra perfectamente justificado y necesario el que se asigne a los obreros los salarios más bajos que sea posible, “para estimular su laboriosidad” y no se recata ni un solo momento para reconocer que la apropiación de trabajo no retribuido es el secreto de la fabricación de plusvalía. “El aumento de la demanda por parte de los obreros sólo revela su tendencia a quedarse para ellos con una parte menor de su producto, dejando una parte mayor para sus patronos; a los que dicen que esto, al disminuir el consumo (por parte de los obreros) produce glut (embotellamiento del mercado, superproducción) , sólo puedo contestarles que “glut” es sinónimo de ganancias altas.”24 sexoanuncios.com.es Es cierto que ya veíamos sobre algunos ejemplos, como el de las fábricas inglesas de estambre y de seda, que, al llegar a un cierto grado de desarrollo, la extensión extraordinaria de una rama fabril puede llevar aparejado un descenso no sólo relativo, sino también absoluto del número de obreros empleados. En 1860, año en que se formó por orden del parlamento un censo especial de todas las fábricas del Reino Unido, la sección de los distritos fabriles de Lancashire, Cheshire y Yorkshire, asignada al inspector R. Baker, contaba 652 fábricas; de éstas, 570 trabajaban con los elementos siguientes: 85,622 telares de vapor, 6.819,146 husos (sin incluir los husos dobles), 27,439 caballos de fuerza en máquinas de vapor y 1,390 en ruedas hidráulicas, y, finalmente, 94,119 personas empleadas. En 1865, las mismas fábricas trabajaban ya con estos elementos: 95,163 telares, 7.025,031 husos, 28,925 caballos de fuerza en máquinas de vapor y 1,445 en ruedas hidráulicas, y 88,913 personas empleadas. Por tanto, desde 1860 a 1865 el aumento de telares de vapor registrado por estas fábricas representa el 11 por 100, el de husos el 3 por 100, el de caballos de vapor el 5 por 100, a la par que el censo del personal empleado en ellas disminuye en un 5.5 por 100.143 Entre los años de 1852 y 1862, la fabricación de lana en Inglaterra se desarrolló considerablemente, mientras el número de obreros empleados en esta rama permanecía casi estacionario. "Esto demuestra en qué proporciones tan grandes había desplazado la maquinaría nueva el trabajo de períodos anteriores."144 En una serie de casos revelados por la experiencia, el aumento del personal obrero no es mas que aparente, es decir, que no se debe al desarrollo de las fábricas maquinizadas, sino a la anexión gradual de ramas accesorias. Así, por ejemplo, "el aumento de los telares mecánicos y de los obreros fabriles a que daba empleo desde 1838 hasta 1858, fue debido sencillamente, en las fábricas de algodón (inglesas), a la expansión de esta rama industrial; en cambio, en otras fábricas se debió a la aplicación de la fuerza de vapor a los telares de alfombras, cintas y lienzo, que antes se movían a mano."145 Por tanto, el aumento del censo de obreros fabriles, en estos casos, es simplemente el reflejo del descenso operado en la cifra total del personal obrero. Finalmente, aquí prescindimos en absoluto del hecho de que, si se exceptúan las fábricas metalúrgicas, el elemento predominante, con mucho, en el personal fabril lo forman los obreros jóvenes (menores de 18 años), las mujeres y los niños. posicionamiento web En la órbita de la agricultura es donde la gran industria tiene una eficacia más revolucionaría, puesto que destruye el reducto de la sociedad antigua, el “campesino”, sustituyéndolo por el obrero asalariado. De este modo, las necesidades de transformación y los antagonismos del campo se nivelan con los de la ciudad. La ex­plotación rutinaria e irracional es sustituida por la aplicación tecno­lógica y consciente de la ciencia. La ruptura del primitivo vínculo familiar entre la agricultura y la manufactura, que rodeaba las ma­nifestaciones incipientes de ambas, se consuma con el régimen ca­pitalista de producción. Pero, al mismo tiempo, este régimen crea las condiciones materiales para una nueva y más alta síntesis o coordinación de la agricultura y la industria, sobre la base de sus formas desarrolladas en un sentido antagónico. Al crecer de un modo incesante el predominio de la población urbana, aglutinada por ella en grandes centros, la producción capitalista acumula, de una parte, la fuerza histórica motriz de la sociedad, mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra; es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos por el hombre en forma de alimento y de vestido, que constituye la condición natural eterna sobre que descansa la fecundidad per­manente del suelo. Al mismo tiempo, destruye la salud física de los obreros.240 A la vez que, destruyendo las bases primitivas y naturales de aquel metabolismo, obliga a restaurarlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al pleno desarrollo del hombre. En la agricultura, al igual que en la manufactura, la transformación capitalista del proceso de producción es a la vez el martirio del productor, en que el instru­mento de trabajo se enfrenta con el obrero como instrumento de sojuzgamiento, de explotación y de miseria, y la combinación social de los procesos de trabajo como opresión organizada de su vita­lidad, de su libertad y de su independencia individual. La disper­sión de los obreros del campo en grandes superficies vence su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece la fuerza de resistencia de los obreros de la ciudad. Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Ade­más, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino tam­bién en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo de­terminado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo.241 imprentas barcelona El aumento de las rentas englobadas bajo la rúbrica D sólo representa, desde 1853 a 1864, un promedio anual del 0.93 mientras que en la Gran Bretaña asciende, durante el mismo pe­riodo, a 4.58. El cuadro siguiente se refiere a la distribución de los beneficios (con exclusión de los percibidos por los colonos) en los años de 1864 y 1865. bares de copas en españa Como el trabajo pretérito se disfraza siempre de capital, es decir, como el pasivo de los obreros A. B. C. etc., se traduce siempre en el activo del zángano X, es justo que ciudadanos y economistas se ciñan como laureles los méritos del trabajo pretérito y que incluso se asigne a éste, según el genio escocés MacCulloch, un sueldo especial (el interés, la ganancia, etc.).44 De este modo, el peso cada vez mayor del trabajo pretérito que colabora en el proceso vivo de trabajo bajo la forma de medios de producción, se asigna a la figura enfrentada con el propio obrero, fruto de cuyo trabajo pasado y no retribuido son, es decir, a la figura del capital. Los agentes prácticos de la producción capitalista y sus charlatanes ideológicos son tan incapaces para arrancar a los medios de producción la máscara social antagónica que hoy los cubre como un esclavista para concebir al obrero como tal obrero, desligado de su carácter de esclavo. restaurantes en lleida Al paso que los yeomen independientes eran sustituidos por tenants–at–will, por pequeños colonos con contrato por un año, es decir, por una chusma servil sometida al capricho de los terrate­nientes, el despojo de los bienes del dominio público, y sobre todo la depredación sistemática de los terrenos comunales, ayudaron a in­crementar esas grandes posesiones que se conocían en el siglo XVIII con los nombres de haciendas capitalistasl9 y haciendas de comer­ciantes20 y que dejaron a la población campesina “disponible” como proletariado al servicio de la industria. Venta de pisos en Barcelona 23 La ciencia no le cuesta al capitalista absolutamente "nada" ,pero ello no impide que la explote. El capital se apropia la ciencia "ajena", ni más ni menos que se apropia el trabajo de los demás. Ahora bien, la apropiación "capitalista" y la apropiación "personal", trátese de ciencia o de riqueza material, son cosas radicalmente distintas. El propio Dr. Ure se lamenta de la gran ignorancia en materia de mecánica de sus queridos fabricantes explotadores de máquinas, y Liebig nos habla de la incultura verdaderamente aterradora de los fabricantes químicos ingleses en asuntos de química.

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